Querido Gaspar, que ya estarás en los cielos intentando resolver los sueños que aún te quedan por realizar. Te has ido con mucha prisa y nunca dejaré de agradecer tu cercanía, cariño y amistad. No quiero reiterar lo que todos decimos cuando una persona querida se va. Quiero agradecerte que en tu último trabajo en LA RAZÓN me mencionabas junto a Isidro Fainé para enaltecer que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien. Te lo he escuchado muchas veces y creo que practicabas esa gran teoría de no hacer ruido y cumplir, en todo momento, con tu obligación, haciendo el bien en silencio.
De poco valen los lamentos cuando no retornan al que se quiere y siempre se confía que nunca se marcha de aquel rincón del alma en el que lo dejamos para siempre. Te ilusionaba el sueño del día siguiente, al que dabas forma y contenido y en el que ponías la esperanza y el fin para hacerlo cierto.
Hace escasos días que estuviste cambiando impresiones con Isidro Fainé sobre la utilización de ésa y otras frases que has repetido a lo largo de tu vida. Comentabas en aquellos entrañables momentos y al que admirabas por hacer poco ruido y saber guardar silencio y del que habías aprendido ésa y otras muchas: «Si la palabra es plata, el silencio es oro», que también practicabas.
Siempre serás leyenda para tus amigos y ejemplo para todos y siento que llegue el día de las alabanzas sin haber podido compartir tantas cosas que se marcharon con los sueños. Llegó ese día tan emotivo de las alabanzas y al que yo procuro soslayar, pues, además de tenerle respeto y miedo, me asusta pensar en él, porque anuncia una despedida del trabajo, del traslado o del amigo que, como es el caso, se va para siempre y el día después recoge del polvo del aire la huella de una lágrima, un abrazo o una clamorosa despedida. Ese polvo del aire va dejando su huella sobre la piel y lentamente recorre el cuerpo hasta llegar al corazón y hace repetir los pensamientos del poeta José Ángel Buesa: el tiempo y el olvido son las únicas cosas que nunca tienen fin…
Han sido muchos días compartidos los que hemos disfrutado, los que hemos pensado juntos y en los que juntos hemos sabido forjar el sueño del día siguiente. Tengo muchas cosas que agradecerte y repetirte, una de ellas, la amistad compartida con Ángel María Villar, Vicente del Bosque, José Mota, José María García, Pedro Ruiz y algo mucho más importante, el cariño tan sincero de tu familia, principalmente el de tu mujer y tu hija, a las que hemos considerado como miembros de nuestra familia.
Y no sé por qué repetimos tantas veces la autobiografía de Luis Rosales al reconocer que en bien poco nos equivocamos sino en las cosas que más queremos… Así ha sido, querido Gaspar, al final te has quedado sin el ruido y con el bien, sin el ruido de las jaurías de todos contra todos, como puedes comprobar en los afanes de tus compañeros periodistas dando fe de la realidad diaria, pero te has quedado con el bien, el bien de tus sueños, el de tu gente, el de tus amigos, el de tu propia vida. En ese bien seguro estarás feliz al comprobar las legiones que hoy te echan y te echamos de menos y principalmente mi propia familia. A todos has dejado impregnados los pequeños cristales del espejo de tu vida y ya todos somos tú y tú ya estarás siempre con nosotros sin hacer ruido, pero haciendo bien.
Querido Gaspar, como dijera Miguel Hernández: «Temprano levantó la muerte el vuelo» y te sorprendió haciéndote rodar por el suelo sin poder hacer nada por evitarlo. No quisiera decirte adiós ni tampoco hasta siempre, pues mañana seguramente volveremos a volar el espacio infinito jugando con las estrellas, posiblemente tú a todas horas y yo, de momento, sólo por las noches mientras te imagino observando la grandeza de volar todo el entorno de tu vida con la velocidad de una estrella fugaz, pues has muerto en la primavera de tu vida… Descansa en paz.