El tiempo y el olvido son las únicas cosas que nunca tienen fin. Montserrat Caballé nunca tendrá olvido, aunque ahora con su muerte se le recuerda por todos, incluso por los que la olvidaron. En el hospital que reconstruyera a principios del S XX Pau Gil, declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad, ha fijado su última residencia antes de morir. La abundancia de noticias sobre Cataluña ha desconocido su situación en el silencio terminal de la vida.
Hace años que Montserrat se había retirado del ámbito público, se había apartado a ese lugar sin ruido que es la ausencia.
Freddie Mercury cantó y casi se despidió del mundo en Cataluña, junto a Montserrat en aquellos felices años ochenta, donde ambos volaron por los espacios del mundo para cantar a Barcelona en sus olimpiadas de 1992. Freddie y Montserrat ya han pasado al olimpo de las grandes figuras.
Conocí a Montserrat, a su familia, a Monchita. Viví varios momentos con ella, por supuesto menos de los que me hubiera gustado disfrutar. Su último concierto, en la primavera de 2012, nos enseñó a ver y oír cantar a madre e hija, contagiadas por la voz y el humor que compartían en todas sus actuaciones, principalmente en su interpretación de “Duetto buffo di due Gatti”, de Rossini.
Como es de suponer, hoy se darán cita muchos profesionales de la palabra y lo harán bastante mejor que yo, pero el recuerdo imborrable de Montserrat Caballé y su familia jamás se borrará. Fue fácil nuestra relación y grande nuestro cariño. Con su habitual humildad consiguió que pudiéramos compartir las narraciones de nuestros buenos y malos momentos a partir de la mitad del s XX.
No nos costó mucho convencerla para que ofrecieran, madre e hija, el concierto del 9 de junio de 2012 y donde se concentraron admiradores y personas de su entorno y, entre todos, la magia apareció en el escenario, como tantas veces, pero nunca pensamos que sería su último concierto. A partir de ese año, Montserrat se vio asediada por el afán de las noticias en las que se destacaba más su mala organización contable que su impronta profesional, que por esas fechas crecía tanto como los aplausos del público.
Sin entrar en más detalles, Montserrat entristeció y se alejó de la primera línea de popularidad y se consagró a su familia como lo más importante de su vida, y esta le compensó con toda la sensibilidad y cariño que tanto necesitaba. La enfermedad hizo su aparición y se fue apoderando poco a poco de su estabilidad hasta llegar a ser ingresada en el hospital donde falleció.
Es muy casual que todos los día se hable de Cataluña, su independencia, su afán republicano y que no se le hayan dedicado algunos recuerdos a su estado de salud. Hoy seguro sobran artículos, noticias, resúmenes de sus actuaciones y por unas horas volverá a decirse de ella todo cuanto se ha callado en los últimos años, pero la vida es así de cruel: hay que morirse para conseguir los mejores titulares.
Se dice que “Dios nos libre del día de las alabanzas”. Desgraciadamente, ese día llega y nos hace pensar de forma sosegada que la importancia y el olvido siempre caminan juntos y nunca tendrán fin. Descansa, querida Montserrat, y déjame coger una vez más tu mano como tantas otras veces y en esa ilusión desearte un feliz viaje hasta el lugar que te corresponde en la historia.
Artículo de Manuel Medina publicado en La Razón
Manuel Medina González