Todos recordamos una de las últimas escenas de la película Mary Poppins (quién no la haya visto varias veces que levante la mano).
En la escena a la que me refiero, un orgulloso Mr.Banks enseña a su tierno vástago, Michael, el banco en que trabaja y le refiere lo importante de su labor.
Cuando presenta a su hijo a los dueños del banco, unos tipos adustos y de aspecto más que severo, el dueño de la entidad , un anciano de luengas y hebraicas barbas, observa como el niño lleva en su mano un penique que guarda celosamente para la mujer que da de comer a las palomas.
Con una avaricia sin límites, arrebata el penique al pequeñuelo, con la excusa de que tiene que aprender a ahorrar, mientras Michael grita a pleno pulmón: ¡Dame mi dinero!..¡Dame mi dinero!
Los clientes, que oyen al pequeño reivindicar su penique, son presas del pánico y empiezan a pedir a su vez todos sus fondos, el rumor corre como la pólvora y el banco acaba quebrado.
A pesar de todas las razones económicas que envuelven la crisis y rescate, vía compra por un competidor, del Banco Popular, no he podido abstenerme de empezar este pequeño artículo con esta referencia del archiconocido cuento ya que, a pesar de su puerilidad, expresa como pocos ejemplos, una de las características esenciales de los bancos: la fragilidad que se deriva de su naturaleza fiduciaria.
Y es esta naturaleza de fiducia la que, como una maldición bíblica viene una y otra vez a evaporarse en crisis financieras que terminan dejando las economías donde se sufren como un páramo de paro y pobreza.
Algunos clientes me preguntan extrañados cómo es que se ha producido un empeoramiento de la crisis bancaria cuando la economía está mejorando en cifras y en velocidad y tras todo el sacrificio realizado.
Y mi única respuesta es que no existe un empeoramiento de la actividad bancaria y ni siquiera creo, a falta de conocer con detalle las cifras del banco, del propio Banco Popular.
Ha fallado la confianza.
Por más que los reguladores nacionales y europeos forzaran con test de stress la situación de la banca española y por más que todos los bancos españoles apareciesen con valores de solvencia suficientes, a diferencia de otros sistemas bancarios como el italiano que constantemente son señalados como una posible fuente de problemas futura, no se ha podido evitar la rumorología, más o menos interesada, sobre la falta de provisiones en la cartera de activos adjudicados y los créditos litigiosos.
Y no hay nada más dañino que una nube de sospecha revoloteando sobre un banco, aunque, como en este caso, no se haya podido cuantificar el volumen de esa falta de provisiones ni siquiera los activos que estarían inflados en balance.
Así, mientras sobre el mercado flotaba la sensación de que nunca se dejaría caer un banco, se aguantó el tipo, aunque continuamente los inversores en corto ganasen fortunas a la par que los accionistas tradicionales del banco perdían hasta la camisa con su inversión que, en tiempos, solo era una fuente de beneficios en el banco más rentable del mundo.
A partir de la salida de Angel Ron (en realidad un despido en toda regla), cundió la idea de que, por primera vez, Europa y el Estado español podían dejar caer un banco del tamaño del Popular como guía para terceros y escarmiento.
Y cuando esa posibilidad empezó a tomar cuerpo, como en la escena de Mary Poppins, en tan solo unos días cundió el pánico entre los depositantes de grandes importes (incluida la Tesorería de la Seguridad Social) hasta el extremo de que el Banco Popular no tenía liquidez para atender a los clientes en sus sucursales el día 7 de junio pasado.
En esta situación se abre a las 22:00 horas del día 6 una subasta exprés que fracasa y finalmente se adjudica, por el Banco Central Europeo (a través de su Mecanismo Único de Resolución), de madrugada, la venta de Banco Popular a Banco Santander por un euro, con el compromiso adicional de efectuar una ampliación de capital de 7.000 millones de euros para aplicar a provisiones no cubiertas y saneamiento de los balances. A las 7 de la mañana se firma la adjudicación.
Toda una vigilia para decidir, en horas, una situación que se lleva lastrando desde hace años.
El Banco que era referente de la banca doméstica española, regido durante décadas por el Opus catalán, el más rentable del mundo, el más capitalizado y con mayor nivel de solvencia, el que llegó a tener el máximo porcentaje de inversores internacionales en su capital, adjudicado a precio de saldo con nocturnidad. Y quizás con alevosía.
Y no porque la situación financiera del banco no lo requiriera sino porque, en mi opinión se ha hecho dejadez, quizás como globo sonda y aviso a navegantes italianos, de un principio con el que no se puede jugar: la banca es fiducia, y cuando deja de serlo solo vale un euro.
Como decía un analista de un diario económico recientemente, la falta de solvencia de un banco es un cáncer que requiere de medidas muy duras y, si no se detiene, acaba lentamente con el enfermo. La falta de liquidez, es un infarto que requiere atención inmediata; no se puede tratar, hay que superarla sí o sí.
Y, al menos en mi caso, no acabo de entender cómo ha muerto de un infarto un enfermo ingresado de cáncer desde hacía años, y en una planta llena de enfermos similares, cuando todos suponíamos que estaban continuamente vigilados.
No ha habido nuevas depreciaciones de activos inmobiliarios ni ha empeorado la calidad de los créditos dificultosos que ya tenían.
Solo cabe la posibilidad de que se engañó o mejor, que la autoridad bancaria se dejó engañar ¿otra vez?
Tras todas las críticas vertidas sobre la anterior cúpula del Banco de España que incluso ha llevado al Gobernador, Fernández Ordoñez ante los tribunales sobre falta de vigilancia ¿cómo se nos puede volver a contar que no se hicieron las provisiones adecuadas? ¿cómo pueden volver a decirnos que había agujeros no detectados y pendientes de cuantificar?
Que había un déficit de provisión en los activos adjudicados por contabilizaciones en valores de activos superiores a los de mercado es algo de perogrullo para todos los que conocemos el sector.
Lo hay en el Banco Popular y en muchos otros bancos (salvo los tres grandes que supieron crear otras fortalezas en mercados exteriores o posicionamiento interno cuando podían) primero porque para un saneamiento completo la cifra de ayudas debiera haber sido mucho más alta y debiera haber supuesto un esfuerzo mucho mayor por parte del Estado, no solo la gestión del préstamo recibido de la U.E., y la liquidación de algunas empresas con su corolario de despidos masivos, pérdidas de minoritarios y demandas colectivas. Se prefirió, como en otras áreas, fiar a la mejora económica futura el arreglo de la situación.
Por eso, en mi opinión, es un riesgo demasiado grande que, ahora que la economía lleva algún tiempo demostrando una mejora significativa, se haya dejado al Banco Popular justificadamente o no, que igual me da que me da lo mismo, en manos de la especulación extrema de los mercados sin mostrar ningún signo de apoyo y denegar una medida de liquidez in extremis para justificar una salida novedosa anunciada a bombo y platillo como la panacea que permite el rescate de entidades sin coste para el erario público.
Porque eso supone, de hecho, abrir la puerta a que la especulación empiece a poner en su radar otros bancos, con una posición previsiblemente igual o aún peor, ya que no tienen ni la historia ni el nombre de Banco Popular.
Y, si no, que se lo digan a Liberbank que ya ha perdido un 35 % de su valor en bolsa en tres días con un incremento de volumen de más del 1300 %.
Si eso no es pánico se le parece bastante.
Se intentó arreglar el desarreglado panorama bancario español con un equilibrio que, a veces, se torna tan difícil que nos desasosiega. Se inyectaron ayudas para que no cundiera el pánico, pero no tantas como para que la U.E. exigiera contraprestaciones o garantías mayores, o los votantes, exhaustos por el paro y los impuestos, pusieran el grito en el cielo.
Es como si en un depósito de agua se perdiera el tapón y se pretendiera tapar la fuga con un tapón más pequeño de un fregadero; hay que contar con que seguirá perdiéndose agua.
No se trata por tanto, en mi opinión, de un agravamiento o de una nueva fase de reestructuración bancaria sino de la continuación de la misma crisis bancaria que, en algunas entidades, solo se ha conseguido mantener en stand by.
Por eso me preocupa que la búsqueda de la solución perfecta: el sistema se autorepara solo sin que tenga que intervenir el Estado, conlleve un efecto no esperado y mucho menos deseado convirtiendo, otra vez, un sistema financiero que ya tenía casi todo su trabajo hecho en la diana de la especulación internacional, algo que no se arregla prohibiendo operar con posiciones cortas en el mercado como acaba de suceder con las acciones de Liberbank.
Quizás es que en el Banco de España y el Banco Central Europeo no vieron Mary Poppins.
Rafael Romero Garzón
Abogado departamento Mercantil Medina Cuadros en Granada