Esta viñeta del genial Forges, (¡cuánto te vamos a echar de menos!!!) ilustra perfectamente el estado actual de las redes sociales.
A raíz de los mensajes altamente ofensivos que recibió el pasado mes de noviembre la dirigente del PP, Alicia Sánchez-Camacho se reabrió el debate sobre el anonimato y las noticias falsas que se difundieron en las redes sociales, sobre todo con motivo del movimiento independentista catalán.
Inmediatamente después de que el PP, a través de su portavoz manifestase que se iba iniciar un diálogo con el resto de los grupos políticos para impulsar el fin del anonimato en las redes sociales, aparecieron opiniones de expertos en redes sociales recordándonos que el anonimato en la red es un derecho fundamental amparado por la libertad de expresión y cualquier iniciativa al respecto no es sino limitar este derecho, que es uno de los pilares de la democracia. Ciertamente los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado tienen medios en los casos de delitos graves, pornografía infantil, ciberdelincuencia, para identificar a las personas que se encuentran detrás de pseudónimos y cuentas falsas, pero no es menos cierto que estos medios son limitados y únicamente se utilizan para los delitos más graves. Así, difícilmente los FFCCSE entrarán a investigar aquellas actuaciones más leves que ocurran en la red, máxime desde la despenalización de las injurias leves.
El problema que genera esta impunidad amparada en el anonimato es que resulta realmente sencillo proferir críticas feroces que incluyen insultos bastante duros para el que los recibe, insultos que nunca se dirían si quien los profiere tuviere que hacerlo en persona. La libertad de expresión ampara las críticas más duras pero con el límite del insulto.
Pongamos un ejemplo, una persona expresa una determinada opinión política en twitter y otra le responde llamándola “imbécil”. Teniendo en cuenta los usos sociales de hoy en día no parece algo demasiado grave, de hecho, ya hemos dicho que ha sido despenalizado, pero si a ese insulto se suman 1.000 más, o 10.000.
¿Cuál es la consecuencia?
Pues una posible consecuencia es que la persona que en un primer momento ha dado su opinión se lo piense dos veces en volver a hacerlo, o incluso no lo vuelva a hacer. Esto es, se ha generado miedo a expresar libremente una opinión.
Y esta es la situación con la que nos encontramos hoy en día, que cualquier opinión vertida en las redes sociales automáticamente es criticada con ferocidad añadiéndose todo tipo de insultos y en algunos casos incluso amenazas, lo que implica que las opiniones y comentarios donde en un principio se expresaban ideas y puntos de vista sean cada vez más asépticos y planos con el fin de no ofender a nadie, ni mínimamente. Y más allá, muchas personas que han sufrido este tipo de ataques dejan de ofrecer su punto de vista por miedo a que se repitan.
La consecuencia de todo ello es que la libertad de expresión se ha auto censurado puesto que amparando bajo su amplio paraguas este tipo de conductas ha cercenado su espíritu configurador que no es otro que el de expresar ideas y opiniones con absoluta libertad.
Miguel Ángel Morillas de la Torre
Abogado del departamento de Penal y Compliance de Medina Cuadros en Madrid